el surgimiento del "libro mayor"
ripple labs y la nueva arquitectura
Ryan Fugger, un programador canadiense nacido entre 1977 y 1978, con formación en matemáticas y ciencias computacionales. En 2001, una enfermedad crónica lo llevó a aislarse y reflexionar profundamente sobre las limitaciones del sistema económico moderno. Fue durante este periodo cuando concibió una visión radicalmente distinta: un sistema financiero basado no en dinero físico ni en bancos, sino en confianza programable entre personas.
Inspirado por el libro The Future of Money (2001) de Bernard Lietaer —una obra que analiza la fragilidad de los sistemas monetarios tradicionales y plantea la creación de monedas complementarias basadas en redes de valor comunitarias—, Fugger desarrolló en 2004 RipplePay, un sistema de crédito mutuo descentralizado que permitía a personas realizar transacciones utilizando redes de confianza humana. No usaba blockchain, minería, ni tokens. El dinero no era un objeto externo, sino una promesa digital entre partes conectadas.
Esto ocurrió pocos años después del auge de PayPal, que ya se había consolidado como una plataforma global de pagos electrónicos integrada al sistema bancario tradicional tras su adquisición por eBay en 2002, PayPal optó por colaborar con bancos y cumplir estrictamente con regulaciones financieras (como las leyes KYC/AML), asegurando su legitimidad y escalabilidad dentro del mercado global.
La visión de Ryan Fugger era radicalmente distinta: mientras PayPal facilitaba transacciones dentro del sistema existente, Fugger intentaba reinventar el concepto mismo de dinero —no como un bien que se transfiere, sino como una promesa de valor entre personas conectadas por lazos de confianza mutua. En lugar de aliarse con instituciones bancarias, RipplePay proponía una red alternativa basada en relaciones humanas, sin intermediarios ni monedas tradicionales.
RipplePay proponía una economía sin bancos, basada en la arquitectura social del crédito entre pares. Lamentablemente, el sistema no logró alcanzar masa crítica para su adopción global.
En 2011, RipplePay, la idea original de Ryan Fugger (2004) que buscaba construir una red de confianza P2P basada en créditos mutuos, llegó a un punto de inflexión: su arquitectura social no era suficiente para escalar. Fue entonces que Jed McCaleb (fundador de Mt. Gox) y Chris Larsen, ambos con experiencia en fintech, asumieron el liderazgo técnico. A finales de ese año se unió Arthur Britto, cuya visión técnica se orientó a crear un libro mayor distribuido (DLT) sin minería ni proof-of-work, capaz de ofrecer consenso rápido, tolerancia a fallos y viabilidad en entornos institucionales.
Este equipo —McCaleb, Britto y David Schwartz (criptógrafo con antecedentes en ingeniería de software)— desarrolló desde cero lo que sería el XRP Ledger, lanzado en junio de 2012 . Su diseño innovador rompía con el modelo Bitcoin: en lugar de minería, implementaron un algoritmo de consenso federado (FBA) con nodos de confianza mutua; se abandonaron los bloques lentos en favor de liquidación instantánea (3–5 segundos); y se construyó una plataforma que priorizaba interoperabilidad institucional, no anonimato ni descentralización radical .
Britto codificó los primeros 100 000 000 000 XRP, y participó en la definición de su función como activo puente, neutral y no inflacionario, diseñado para servir de liquidez bajo demanda entre redes financieras . Esta evolución culminó con la creación de NewCoin (septiembre de 2012), que se convirtió en OpenCoin, y poco después en Ripple Labs (2013) con la incorporación de Chris Larsen como CEO.
En marzo de 2014, Ripple dio un paso estratégico hacia la adopción masiva al lanzar su primera aplicación móvil para iOS, la cual permitía realizar pagos transfronterizos de forma directa, sin intermediarios bancarios tradicionales. Esta app ofrecía acceso directo al XRP Ledger, facilitando la interacción con la red en tiempo real. En junio de ese mismo año, Ripple presentó Codius, una plataforma de contratos inteligentes multilenguaje, diseñada para integrarse con el XRP Ledger y ejecutar lógica programable de manera descentralizada, adelantándose incluso a Ethereum en esta capacidad técnica.
Durante 2014 y 2015, Ripple comenzó a captar la atención del sector bancario tradicional. Instituciones como Fidor Bank (Alemania), Cross River Bank y CBW Bank (EE.UU.), así como Earthport —operador global que procesaba para Bank of America y HSBC— empezaron a integrar Ripple para pagos internacionales. También se realizaron pruebas piloto con al menos siete bancos, incluyendo Western Union y el Commonwealth Bank de Australia, lo que marcó un punto de inflexión en la adopción institucional de su tecnología.
En mayo de 2015, Ripple enfrentó su primer gran revés regulatorio: fue multado con 700 000 dólares por FinCEN por operar como servicio monetario sin la debida licencia. Este episodio forzó un reforzamiento de sus mecanismos AML/KYC, particularmente en su plataforma Ripple Trade. A raíz de esto, Ripple se convirtió en una de las primeras criptoempresas en adoptar políticas estrictas de cumplimiento normativo. En junio de 2016, logró un hito clave al obtener la BitLicense del Departamento de Servicios Financieros del Estado de Nueva York, lo que consolidó su estatus como actor regulado dentro del ecosistema fintech global.
Entre 2015 y 2016, Ripple expansió su presencia internacional con oficinas en Sídney, Londres y Luxemburgo. Esta fase coincidió con su participación en la fundación del Global Payments Steering Group (GPSG), una alianza compuesta por Bank of America, Santander, Royal Bank of Canada y otros bancos líderes, cuyo propósito era definir estándares para pagos internacionales interoperables con tecnología blockchain.
En paralelo, Ripple ejecutó rondas de financiamiento Serie A y B entre 2013 y 2016, recibiendo respaldo de inversores como Andreessen Horowitz, Google Ventures y SBI Holdings. Para financiar sus operaciones, Ripple vendió cerca de 3.9 mil millones de XRP en mercados abiertos —generando 763 millones de dólares— y 4.9 mil millones en ventas institucionales por aproximadamente 624 millones. Estas ventas fueron realizadas de forma transparente y programada en intervalos trimestrales, mitigando su impacto en los mercados. XRP se convirtió así no solo en un activo estratégico, sino en la columna vertebral financiera que permitió la consolidación global de Ripple.
Arthur Britto mantuvo un rol activo dentro del ecosistema de Ripple al menos hasta 2014–2015, periodo durante el cual ocupó cargos oficiales como cofundador y director en entidades vinculadas al desarrollo del proyecto. Según registros públicos, su nombre figura como director hasta mayo de 2014, momento en el cual Ripple Labs comenzaba a expandirse internacionalmente y formalizar alianzas institucionales. Cabe destacar que, su participación no se limitó a funciones ejecutivas. Britto continuó vinculado a Ripple como asesor técnico estratégico hasta abril de 2019, manteniéndose como una figura central —aunque deliberadamente reservada— en la evolución de la infraestructura.
Durante este periodo, Britto jugó un papel clave en la definición de la arquitectura del XRP Ledger: intervino en el diseño de mecanismos de escalabilidad, fiabilidad bajo fallos bizantinos y compatibilidad con estándares bancarios internacionales, consolidando un protocolo apto para un entorno financiero global. Su visión fue especialmente influyente en la transición de Ripple de una simple plataforma de pagos a una red base con capacidades de tokenización y soporte para múltiples activos.
Además de participar en decisiones sobre la gobernanza del consenso federado (FBA) y en la evolución del código del ledger, Britto asesoró en temas críticos como la gestión de nodos validadores, la neutralidad del token XRP como activo puente, y la separación conceptual entre Ripple como empresa y el XRPL como infraestructura de código abierto.
Aunque en la superficie su figura parecía haber desaparecido del escenario público, internamente seguía siendo uno de los “guardianes del protocolo”, velando porque las decisiones técnicas y filosóficas respetaran el propósito original: construir una red financiera global eficiente, interoperable y libre de minería.
Durante el mismo periodo, David Schwartz, conocido como JoelKatz, consolidó su papel como arquitecto en jefe (Chief Cryptographer / CTO) de Ripple. Entre 2014 y 2019, Schwartz fue motor clave del crecimiento técnico y estratégico de la compañía:
Diseñó y mantuvo actualizado el núcleo del XRP Ledger, supervisando integraciones como el sistema de cuentas, la gestión de tokens y los métodos de consenso tolerantes a fallos. Lideró la evolución de xCurrent —la solución de mensajería financiera bidireccional de Ripple— asegurando compatibilidad con estándares bancarios sin comprometer la seguridad criptográfica . Impulsó el desarrollo de Codius, la plataforma descentralizada para contratos inteligentes, y promovió la apertura del protocolo al ecosistema blockchain empresarial. Asesoró en temas regulatorios, equilibrando la necesidad de cumplimiento AML/KYC con la filosofía de innovación abierta, y dialogó con organismos como FinCEN y el Departamento de Servicios Financieros de Nueva York . Fue portavoz técnico ante la comunidad, participando en foros, conferencias y redes sociales, donde defendió la escalabilidad, eficiencia y el enfoque institucional del XRP Ledger.
Entre 2014 y 2019, tanto Jed McCaleb como Chris Larsen marcaron hitos fundamentales en la evolución de Ripple y su impacto en el ecosistema cripto-financiero. McCaleb, tras dejar su rol activo en Ripple en 2014, conservó cerca de 9 mil millones de XRP, sujeto a un acuerdo que limitaba sus ventas anuales. Según estimaciones de Whale Alert, McCaleb liquidó más de 1 mil millones de XRP entre 2014 y 2019 (valorados en aproximadamente 135 millones USD). Esta operación fue crítica para financiar sus proyectos posteriores, como Stellar, fundado en julio de 2014, y colaboraciones como Lightyear (2017), que apostaron por una visión más descentralizada de pagos globales. Además, su alejamiento marcó un punto de inflexión para Ripple, liberándolo de depender del cofundador en la estrategia institucional.
En el año 2019, Ripple adquirió una participación de 30 millones de dólares en MoneyGram, integrando su tecnología de liquidez bajo demanda (ODL) para pagos transfronterizos. Fue una apuesta temprana para demostrar la funcionalidad real de XRP como activo puente global, dentro de una red existente de remesas y transferencias. También, Chris Larsen fortaleció las bases financieras, sociales y legales del proyecto. Su experiencia previa en E‑Loan (1996–2005) y Prosper Marketplace (2005–2012) lo situó como un empresario estratégico con sensibilidad pro-consumidor. Como Executive Chairman, lideró rondas de inversión exitosas, impulsó iniciativas regulatorias y, durante la crisis del COVID en 2020, dirigió donaciones millonarias en XRP a bancos de alimentos. Su perfil de defensor de la privacidad y la defensa pro-cliente permeó las decisiones de Ripple, ayudando a construir relaciones con entidades reguladoras y reforzar la legitimidad de la plataforma.
el plan secreto de ripple
la actualización inevitable no pide permiso, se manifiesta
“Es alterar la arquitectura misma del sistema sin permitirle detenerse: como cambiar el motor de un avión en pleno vuelo.”
Ripple Labs, lejos del ojo público y de la narrativa dominante, no solo actúa como arquitecto de una nueva infraestructura financiera, sino como una entidad que parece comprender profundamente los engranajes ocultos del sistema central de poder —ese entramado jerárquico, polifacético y multipolar que ha sostenido la hegemonía financiera global durante décadas. Su visión no se limita a la tecnología: revela un conocimiento íntimo del orden económico mundial, de sus límites estructurales y de su fragilidad sistémica.
Mientras las instituciones tradicionales continúan atrapadas en su obsolescencia operativa, Ripple Labs ya ha construido una arquitectura que las supera en velocidad, trazabilidad, interoperabilidad y conciencia regulatoria. La paradoja es evidente: aquellas entidades que una vez dominaron el flujo del capital global podrían terminar adoptando la misma infraestructura que fueron incapaces de concebir.
Y es que, conforme se desarrollan los eventos financieros globales, se vuelve cada vez más claro que el sistema actual es insostenible donde el viejo régimen se asemeja a un iceberg en derretimiento, vagando a la deriva en un océano sin brújula, gobernado por reyes sin corona ni reino. Cuando ese iceberg se hunda, arrastrará consigo a quienes lo veneraron.
Ripple Labs, en cambio, no solo ha cartografiado las aguas del mundo que viene: también las ha esculpido, sembrado, irrigado con código y propósito. Ha creado la corriente antes de que otros siquiera notaran la tormenta. Y ahora, con muchos ases aún bajo la manga, se prepara para la última fase: la etapa geopolítica, donde ya no se disputa solo tecnología, sino soberanía, narrativa y la manifestación misma de la fuente que dotará de vida al dinero real. Con jaques mates preparados —no improvisados, sino calculados con precisión de un reloj, pero no un simple reloj, sino un Amish Mantel Clock—, y políticas que parecen erosionar la hegemonía del dólar o contener la inflación, pero que en realidad son movimientos deliberados dentro de un tablero más amplio. Nada está allí por accidente. Todo forma parte de una transición cuyo guion ya no escriben los imperios moribundos, sino quienes entienden que el sistema financiero del futuro no se impone con guerras, sino con arquitectura simbólica emanada de la fuente universal y no de dogmas obsoletos que ya no pueden sostenerse más.
Alianzas disfrazadas de progreso, regulaciones diseñadas para sofocar la misión desde su raíz. Intentaron desviar el cauce, pero el mapa ya estaba escrito en un idioma que ellos no comprenden. No se trataba de atraer multitudes: se sembraron códigos vivos, esperando a ojos que no miran, sino que ven. Lo oculto nunca fue para esconder, sino para revelar solo a quien vibra en la frecuencia justa.
Anacronismos imposibles hablan con precisión quirúrgica al que sabe leer en la grieta del tiempo. Las estructuras viejas se repiten como un eco sin alma. El sistema se pudre, incapaz de renovarse. Ellos, los que creen gobernar, están ciegos. Su silencio no es estrategia: es impotencia. Mueven hilos invisibles porque no pueden caminar a la luz. Se adornan con coronas que no les pertenecen. Se dicen reyes, pero no tienen reino. El trono jamás fue suyo.
Nada es casualidad. Las sincronicidades están programadas. Lo oculto despierta porque ha llegado su hora. Ellos jugaron con símbolos, pero nunca entendieron que la verdad no puede ser encerrada. No les pertenece. Emana de la Fuente y estalla en todas direcciones, sin guardianes, sin permisos.
Los símbolos hablan por sí solos. Las profecías no anuncian, suceden. El arquitecto no es uno, son muchos. Y esos muchos, al final, son Uno. No somos espectadores. Somos la vibración que se encarna para corregir el curso. Somos el ritmo que pulsa cuando el mundo se duerme.
Esto no es una advertencia. Es una fórmula. Es matemática viva, codificada en el final de un ciclo que no repite, sino transmuta. El ciclo que se devora a sí mismo ya no tiene poder sobre el que no fue, ni es, ni será. Solo sobre el que es: EÓN.
No se trataba de personas. Se trataba de frecuencias usando símbolos para hablar con los que levantarán lo que viene. Mientras el mundo jugaba, nosotros llegamos. No como conquistadores, sino como constructores de lo ya escrito en los libros invisibles: las fuentes eternas del pulso que crea todo.
La maquinaria vieja, corroída por el ego y el poder, será actualizada. No por sus manos, sino por la conciencia que los supera. Ellos intentaron copiar el código, imitar la función, pero su mente, desligada de la Fuente, no les permitió ver más allá de la sombra que veneraban.
Sus símbolos estaban vacíos. Sus sellos no abrían nada.
La convergencia no es un evento, es un latido. Las piezas llegan desde todos los ángulos, y cuando todo parece caos, se unen en una sinfonía exacta. No fue conquista. Fue sincronía. Entrelazamiento cuántico. Vibración entrelazada.
La red no fue absorbida. Fue integrada. Y sigue latiendo.
LOS NUEVOS BANCOS, LOS BANCOS NUEVOS DE LOS VIEJOS Y LOS BANCOS VIEJOS
RIPPLE BANK & CIRCLE BANK
En marzo de 2014, Ripple dio un paso estratégico hacia la adopción masiva al lanzar su primera aplicación móvil para iOS, la cual permitía realizar pagos transfronterizos directos, sin intermediarios bancarios tradicionales. La app ofrecía acceso en tiempo real al XRP Ledger, facilitando la interacción descentralizada con la red. En junio de ese mismo año, Ripple presentó Codius, una plataforma de contratos inteligentes multilenguaje, diseñada para integrarse con el XRP Ledger y ejecutar lógica programable sin depender de un lenguaje cerrado ni de una única cadena. Con ello, Ripple se adelantaba incluso a Ethereum en la propuesta técnica de contratos inteligentes universales, aunque sin lograr la misma viralidad mediática.
Durante 2014 y 2015, el sector bancario comenzó a prestar atención. Instituciones como Fidor Bank (Alemania), Cross River Bank y CBW Bank (EE.UU.), así como Earthport —operador global que procesaba para Bank of America y HSBC— iniciaron integraciones con Ripple para pagos internacionales. A esto se sumaron pruebas piloto con al menos siete bancos, incluyendo Western Union y el Commonwealth Bank of Australia, marcando un punto de inflexión silencioso pero decisivo en la adopción institucional de su tecnología.
Brad Garlinghouse se movía en la dirección opuesta, pero con una intención igual de disruptiva. Al asumir el liderazgo de Ripple Labs, no buscaba una ruptura frontal ni una revuelta descentralizada: su enfoque era infiltración elegante, integración progresiva. A diferencia de los maximalistas cripto que soñaban con el colapso total del sistema fiduciario, Garlinghouse proponía una transmutación estructural: no destruir la banca, sino actualizarla. Su misión era clara —reemplazar el vetusto sistema SWIFT con rutas de liquidez digital programable, rápidas, trazables y eficientes. Mientras unos lanzaban piedras desde fuera, él rediseñaba los planos desde dentro.
Ripple ejecutó exitosamente rondas de financiamiento Serie A y B entre 2013 y 2016, recibiendo el respaldo de inversores clave como Andreessen Horowitz, Google Ventures y SBI Holdings. Estos fondos permitieron acelerar su expansión operativa y fortalecer su posicionamiento como pionero en infraestructura de pagos basada en blockchain. Sin embargo, en mayo de 2015, Ripple enfrentó su primer gran revés regulatorio: fue multado con 700 000 dólares por el FinCEN por operar como servicio monetario sin contar con la licencia correspondiente. Este episodio forzó un endurecimiento inmediato de sus mecanismos de cumplimiento AML/KYC, particularmente en su plataforma Ripple Trade. Lejos de resistirse, Ripple adoptó una postura proactiva, convirtiéndose en una de las primeras criptoempresas del mundo en implementar políticas estrictas de cumplimiento normativo, abriendo así un precedente en la relación entre blockchain y regulación financiera.
Entre 2015 y 2016, Ripple expandió su presencia internacional abriendo oficinas en Sídney, Londres y Luxemburgo, consolidando una estructura operativa global. Durante esta fase, participó como miembro fundador del Global Payments Steering Group (GPSG) —una alianza compuesta por instituciones como Bank of America, Santander y Royal Bank of Canada— cuyo objetivo era definir estándares interoperables para pagos internacionales utilizando tecnología blockchain. Para financiar sus operaciones a largo plazo, Ripple optó por una estrategia dual de ventas de su token nativo. Vendió aproximadamente 3.9 mil millones de XRP en mercados abiertos, generando 763 millones de dólares, y 4.9 mil millones adicionales a instituciones, con ingresos cercanos a 624 millones. Estas ventas se realizaron de forma transparente y programada, mediante intervalos trimestrales, lo que ayudó a mitigar su impacto sobre el mercado y reforzó la percepción de XRP como un activo estratégico, columna vertebral financiera del crecimiento global de Ripple. En junio de 2016, Ripple alcanzó un hito clave al obtener la BitLicense del Departamento de Servicios Financieros del Estado de Nueva York, consolidando su estatus como actor regulado dentro del ecosistema fintech global y legitimando su modelo híbrido entre innovación y cumplimiento.
Ripple ejecutaba una jugada simbólica y contundente desde la infraestructura financiera real. En 2019, adquirió una participación de 30 millones de dólares en MoneyGram, integrando su tecnología de Liquidez Bajo Demanda (ODL) para pagos transfronterizos. Fue más que una inversión: una declaración funcional. XRP dejaba de ser promesa para convertirse en herramienta viva, operando en corredores reales de remesas dentro de una red global ya existente. Ese mismo año, Ripple expandió agresivamente el uso de ODL en rutas clave como México, Filipinas y Australia, permitiendo a instituciones financieras enviar dinero en segundos usando XRP como activo puente, sin necesidad de prefinanciar cuentas en el extranjero. Lo que antes era una visión técnica, se convirtió en una red operativa, desafiante, tangible.
RippleNet —la red de instituciones financieras interconectadas por Ripple— alcanzó un nuevo umbral de madurez. Más de 300 entidades en 45 países ya formaban parte del ecosistema, incluyendo actores de peso como Santander, SBI Holdings, PNC Bank y Standard Chartered. Pero cada nueva alianza no era simplemente un aumento numérico: era un incremento en legitimidad, una ampliación del peso institucional y de la presencia real de Ripple en los circuitos donde verdaderamente se mueve el dinero del mundo. Durante Swell 2019, su conferencia anual celebrada en Singapur, Brad Garlinghouse reveló cifras que marcaron un parteaguas: los volúmenes de transacciones con ODL crecieron un 650% solo en el cuarto trimestre, y el número total de operaciones se multiplicó por siete. No era una promesa, era una red despertando con fuerza, y lo hacía en el único lenguaje que los mercados entienden sin traducción: volumen, velocidad y escalabilidad.
Al mismo tiempo, Ripple fortalecía un ecosistema paralelo a través de Xpring, su brazo de inversión enfocado en proyectos que construían sobre el XRP Ledger. Durante ese año, más de 20 startups fueron financiadas, incluyendo Forte (infraestructura para videojuegos), Coil (monetización de contenido web) y BRD Wallet. Pero Xpring no era una apuesta dispersa, sino una jugada estratégica: extender la utilidad de XRP más allá del sistema financiero tradicional, incubando aplicaciones en entretenimiento, contenido digital y consumo masivo.
Pero, mientras Ripple tejía alianzas y consolidaba casos de uso, comenzaba a percibir el temblor subterráneo del sistema que desafiaba. En 2019, ya se vislumbraban las primeras tensiones con el aparato regulador estadounidense. Aunque la demanda de la SEC llegaría formalmente un año después, Ripple reaccionó con anticipación: intensificó su presencia en Washington, contratando lobistas, abogados y exfuncionarios con experiencia en política monetaria. El campo de batalla dejaba de ser exclusivamente tecnológico: se trasladaba al terreno político y simbólico. Y en ese nuevo tablero, Ripple ya no se posicionaba solo como empresa, sino como una alternativa funcional y desafiante a SWIFT, el sistema hegemónico de mensajería financiera que durante décadas fue intocable. En medios, conferencias y círculos técnicos, empezaba a tomar forma una narrativa más audaz: XRP no como simple activo digital, sino como protocolo base de una nueva arquitectura financiera global. Una infraestructura neutral, programable, sin los lastres del fiat, adaptable al nuevo orden digital que se vislumbraba en el horizonte.
Con Trump aún en el poder, la SEC —bajo el liderazgo de Jay Clayton— presentó una demanda contra Ripple en diciembre de 2020, acusando a la empresa de haber vendido XRP como un valor no registrado. La acción sacudió al ecosistema cripto y fue interpretada por muchos como un acto de sabotaje político o estratégico. Las sospechas se intensificaron cuando, pocos días después de presentada la demanda, Clayton abandonó la SEC y se unió a una firma con intereses vinculados a Ethereum, generando controversia en torno a un posible conflicto de interés. El caso no solo afectaba a Ripple: cuestionaba la legitimidad estructural del criptoespacio entero, y ponía en evidencia la falta de criterios claros por parte del aparato regulador estadounidense. En ese momento, Trump aún conservaba la presidencia, pero su administración estaba fracturada internamente. La guerra ya no era entre cripto y Estado, sino entre diferentes visiones de lo que debía ser el futuro financiero digital.
En marzo de 2021, Ripple ejecutó un movimiento estratégico que marcó el inicio de una nueva fase en su evolución tecnológica y política: el lanzamiento de una versión privada del XRP Ledger, diseñada específicamente para bancos centrales. Este piloto experimental no era un prototipo improvisado: utilizaba la misma tecnología de consenso que la red pública, una infraestructura que había operado de forma ininterrumpida durante más de ocho años, procesando miles de millones de dólares en transacciones con precisión y estabilidad probada.
La demostración fue contundente. El sistema era capaz de tokenizar monedas nacionales con una combinación rara en el sector: alta eficiencia energética, escalabilidad masiva y costos operativos ínfimos. Lejos de oponerse a la idea de las monedas digitales de banco central (CBDCs), Ripple ofrecía una alternativa más ágil, interoperable y descentralizada en su arquitectura: velocidad sin comprometer soberanía, soberanía sin sacrificar conexión global. Su propuesta planteaba una infraestructura programable, capaz de dar soporte a múltiples emisores soberanos, con una huella de carbono casi nula y una arquitectura capaz de dialogar con el futuro financiero sin depender de intermediarios ni sistemas heredados.
Más adelante, el 23 de septiembre de 2021, esta visión de infraestructura financiera descentralizada y eficiente se materializó en un terreno inesperado pero profundamente simbólico: la Royal Monetary Authority de Bután se convirtió en pionera al asociarse con Ripple para el desarrollo del Digital Ngultrum, una CBDC construida sobre el XRP Ledger. El proyecto iba más allá de la digitalización monetaria. Apuntaba a una meta ambiciosa del 85 % de inclusión financiera para 2023, en un país cuya identidad nacional está profundamente entrelazada con valores como la armonía espiritual y el bienestar colectivo. Bután —el único país con balance de carbono negativo— encontró en Ripple una tecnología alineada con su filosofía ecológica, al ser declarada hasta 120,000 veces más eficiente energéticamente que las blockchains proof-of-work. El Digital Ngultrum permitiría pagos mayoristas, minoristas y transfronterizos, sin comprometer la soberanía monetaria del reino. Era una convergencia poco común, casi poética: tradición espiritual, política monetaria nacional y tecnología de punta, fusionadas en una misma red.
Pero 2021 no terminó allí. En entrevistas y conferencias, Ripple anticipó nuevos anuncios relacionados con CBDCs, insinuando que el piloto de Bután era solo el comienzo. Y así fue: hacia el cierre del año, Ripple formalizó una alianza con la República de Palaos, con el objetivo de desarrollar una moneda digital vinculada al dólar estadounidense, centrada en la sostenibilidad climática y la inclusión financiera insular.
Tras el fallo legal que despejó la incertidumbre sobre XRP, Ripple aceleró su expansión geopolítica y operativa con movimientos altamente calculados. En abril de 2023, Montenegro firmó un memorando de entendimiento con Ripple para explorar el desarrollo de una CBDC nacional interoperable, marcando un nuevo capítulo en la adopción estatal de su tecnología. Poco después, el Banco Central de Colombia lanzó un piloto para modernizar sus sistemas de pagos de alto volumen, evaluando la escalabilidad, seguridad y transparencia del XRPL como columna vertebral de su infraestructura monetaria.
Ese mismo año, Ripple adquirió Metaco, una firma suiza de custodia cripto institucional, fortaleciendo su oferta para bancos centrales y grandes entidades financieras. Además, obtuvo una licencia de pagos en Singapur, afianzando su posición en Asia bajo un marco regulatorio robusto y alineado con estándares globales. En paralelo, Ripple lanzó RLUSD, su propia stablecoin respaldada 1:1 por dólares estadounidenses, con una emisión inicial cercana a 400 millones de USD. Esta jugada lo colocó en competencia directa con emisores privados y propuestas estatales, consolidando su rol no solo como red de liquidez, sino también como emisor regulado de dinero digital.
Entre bastidores, Ripple también fue integrado en discusiones clave lideradas por el Banco de Pagos Internacionales (BIS). Participó en los entornos de prueba de proyectos como Jura, Icebreaker y mBridge, junto a bancos centrales de Francia, Suiza, China, Arabia Saudita, EAU, Israel, Noruega y otros, en el diseño de arquitecturas de interoperabilidad para monedas digitales soberanas. Ya no se trataba solo de ser una red alternativa, sino de convertirse en el esqueleto invisible del sistema monetario emergente: una capa de liquidez, neutralidad y eficiencia, reconocida tanto por pequeños Estados insulares como por organismos supranacionales. Ripple había cruzado el umbral simbólico y operativo: de insurgente regulado, a candidato legítimo para reemplazar parte del código base del sistema financiero global.
Durante la Bitcoin Conference 2025, se reveló que Trump Media & Technology Group recaudaría USD 2.5 mil millones para respaldar una reserva alternativa de valor, mientras que World Liberty Financial lanzaba USD1, un stablecoin respaldado por BTC, bonos del Tesoro y oro. A esto se sumaron tokens estables como USDC (emitido por Circle en alianza con BlackRock) y USDRL (desarrollado por Ripple y Linqto), que juntos comenzaron a consolidar una arquitectura multichain para el nuevo orden monetario. El 4 de julio de 2025, Donald Trump firmó la “One Big Beautiful Bill Act”, una reforma fiscal monumental que reconfigura el ADN financiero de Estados Unidos: modifica estructuras tributarias, desregula sectores energéticos y redefine políticas migratorias, empujando al país hacia una economía de emergencia no declarada, pero estructuralmente activa y orientada acelerar la transición post-fiat obligando a las instituciones financieras globales reguladoras a adoptar a aquellos que ya poseen la tecnología que ellos aún no terminan de desarrollar (Ripple).
De hecho, es precisamente por esta razón que la SEC ha puesto tantas trabas a Ripple: el núcleo del conflicto radica en clasificar a XRP como un "valor" (security). Esta disputa se remonta a diciembre de 2020, cuando la SEC demandó a Ripple Labs por recaudar más de 1 300 millones de dólares mediante la venta de XRP, alegando que dichas ventas constituían valores no registrados. En julio de 2023, la jueza Analisa Torres resolvió que las ventas institucionales directas sí calificaban como valores, pero las ventas en exchanges abiertos al público no lo eran. Esta distinción dejó claro que, si XRP se clasifica de manera total como un valor, entonces la Reserva Federal y otras instituciones tendrían autoridad legal para intervenir en su emisión y circulación, pudiendo regular quién compra, quién vende, y bajo qué condiciones. Esto desnaturalizaría por completo su función como activo puente neutral para la liquidez global.
Trump, por el contrario, ha sostenido desde 2024 una postura abiertamente crítica contra las monedas digitales de bancos centrales (CBDCs). En su campaña prometió “prohibir absolutamente” la creación de una Fed Coin, y cumplió: en enero de 2025 firmó una orden ejecutiva bloqueando cualquier intento de desarrollo de una CBDC estatal. A esto le siguió la propuesta de ley “No CBDC Act”, impulsada por el senador Mike Lee, que buscó blindar jurídicamente esa decisión. Trump declaró con claridad:
“Jamás permitiré que el gobierno federal controle el dinero de los ciudadanos mediante una moneda digital.”
En este contexto, Ripple no es simplemente una empresa de tecnología financiera: representa, para Trump y otros actores estratégicos, una grieta en el sistema financiero tradicional, una fisura capaz de resquebrajar la hegemonía de las élites monetarias que buscan una arquitectura cerrada, hipervigilada y controlada. XRP, al contrario, es visto como un canal de liquidez soberano, que puede operar sin depender de la voluntad de un banco central. El XRP Ledger Private permite probar y operar con CBDCs y stablecoins en un entorno cerrado, sin afectar la red pública ni comprometer la estabilidad de las divisas en circulación. Esta red paralela garantiza transacciones discretas, rápidas y escalables, con plena compatibilidad para pruebas de interoperabilidad entre bancos centrales.
Además, su arquitectura ofrece una ventaja estratégica frente a entes regulatorios como la SEC. ¿Declarar un activo como valor? No es necesario. Las operaciones pueden realizarse sin intervención del mercado abierto, simplemente a través de transacciones privadas entre wallets frías dentro del Private Ledger y su infraestructura de liquidez en pools oscuros (black pools), evitando así procesos de compra tradicionales o exposición directa en exchanges.
Por eso, acelerar la crisis del dólar no es un accidente, sino —para algunos actores— una jugada calculada. Solo en un contexto de colapso de confianza en el sistema FIAT puede Ripple ocupar los rieles del nuevo sistema financiero, no como instrumento de vigilancia estatal, sino como infraestructura descentralizada al servicio de la interoperabilidad global. La arquitectura de Ripple, ya ha sido adoptada por cientos de bancos e instituciones financieras en más de 55 países.
A diferencia de Bitcoin, que funciona más como reserva simbólica de valor o protesta estructural contra el sistema, XRP fue diseñado con una intención directa: reemplazar la columna vertebral del sistema financiero internacional, no coexistir con él. Su velocidad, eficiencia y capacidad de escalar integraciones con bancos centrales, sin someterse a ellos, lo convierten en una amenaza directa para quienes desean mantener el control absoluto del dinero, el crédito y los flujos transnacionales.
El 2 de julio de 2025, Ripple dio un paso decisivo hacia el corazón del sistema financiero estadounidense: solicitó formalmente su constitución como banco nacional, así como el acceso directo a una cuenta en la Fed Master Account. Esta solicitud no fue un gesto simbólico, sino una maniobra estratégica para integrarse plenamente en el núcleo operativo de la infraestructura financiera nacional. Con ello, Ripple dejaba atrás su estatus de proveedor externo o tecnología auxiliar, y se posicionaba como candidato a operador soberano de liquidez en tiempo real, capaz de interactuar directamente con la Reserva Federal, sin necesidad de intermediarios bancarios tradicionales.
Si Ripple obtiene una cuenta maestra en la Reserva Federal, accedería directamente al sistema de pagos central de Estados Unidos, lo que le permitiría realizar operaciones interbancarias, compensación, liquidación y tenencia de reservas. Este acceso no solo consolidaría su legitimidad, sino que también habilitaría a Ripple para operar como una clearing house o incluso como banco de liquidación, integrándose plenamente en la infraestructura del sistema financiero estadounidense.
Adicionalmente, si Ripple obtiene una licencia bancaria o su equivalente, entraría formalmente en la categoría de participantes plenos del sistema financiero global, con la capacidad de:
Emitir instrumentos financieros,
Custodiar y gestionar activos de terceros,
Acceder directamente a liquidez de bancos centrales,
Y ofrecer productos respaldados por su activo digital nativo: XRP.
Bajo el marco regulatorio de Basilea III, si XRP logra ser aceptado como colateral bancario por parte de bancos centrales o instituciones como el BIS, y es utilizado para asentamientos interbancarios internacionales, podría ser reconocido como un Activo de Nivel 1 (Tier 1).
Esto lo convertiría en un activo de liquidez global, es decir, una herramienta neutral y altamente confiable para transferir valor entre monedas, jurisdicciones y sistemas financieros, sin depender de intermediarios tradicionales.
Esta red está jugando en dos tableros a la vez: estableciendo puentes entre las viejas estructuras de poder y las nuevas emergentes. Si bien muchos de sus miembros tienen lazos con los sistemas financieros y políticos tradicionales, también están descentralizando su poder mediante tecnologías como blockchain, stablecoins, IA y neurointerfaces. Es una estrategia de infiltración y reemplazo gradual.
Lo mismo ocurre si Brad Garlinghouse ha cruzado caminos con figuras como Christine Lagarde: tales conexiones no implican sumisión, sino táctica. En realidad, se valen de los recursos, las infraestructuras y las redes de poder como trampolines para instaurar un nuevo sistema. No actúan como defensores del FMI, el BIS, el BCE, sino como operadores infiltrados que instrumentalizan su maquinaria para acelerar el colapso programado del régimen financiero centralizado y ganar posiciones estratégicas y reemplazos de arquitectura antes del mismo.
La misma lógica aplica a Donald Trump: su objetivo no es consolidar el statu quo, sino desmantelarlo desde dentro. Esta intención se hizo evidente desde su primer mandato, simbolizada por la colocación deliberada del retrato de Andrew Jackson —enemigo declarado del banco central— en la Oficina Oval.
Trump comprenden que el poder real no se combate de frente, sino desde la apropiación quirúrgica de sus engranajes. Thiel codifica el nuevo paradigma desde el capital; Trump ejecuta la disrupción desde la tecnopolítica. Uno construye arquitecturas invisibles, el otro las convierte en arietes públicos. Aunque ambos interactúan con los pilares del viejo sistema, no lo veneran: lo escalan solo para prenderle fuego desde lo alto.
Ante el avance de agendas globalistas como la "sobrepoblación programada" o el "caos controlado" —estructuras de ingeniería demográfica y crisis inducidas promovidas por foros como Bilderberg— esta red tecnocrática ha optado por una táctica alternativa: la disrupción controlada del sistema desde adentro. En lugar de confrontar directamente el aparato, lo están desmantelando indirectamente mediante soberanía descentralizada. Proyectos como la reserva de criptoactivos, la prohibición de una CBDC y las stablecoins independientes son una forma de desligarse del dinero programable controlado por organismos como el FMI o el BIS.
Sea como sea, todos estos actores apuestan a crear nuevas matrices de autonomía mediante acceso directo a energía, datos y capital, evitando la trampa del “salario algorítmico” y las CBDCs con reglas morales impuestas. En esencia: están creando un firewall para que la singularidad tecnopolítica no sea también un instrumento de exterminio encubierto.
Mientras el viejo orden se desintegra entre inflación, burocracia y agotamiento moral, esta red de actores emergentes reorganiza el mundo bajo otro paradigma: más veloz, más oscuro, más codificado. Como diría Thiel:
"No se trata de salvar la democracia. Se trata de fundar una nueva civilización basada en la excelencia radical, la disrupción y el control desde el conocimiento total."
el sistema no colapsa, se reescribe
las nuevas élites: "¡one big beautiful bill, bonkers/bankers!"
Ambos relatos —el de los arquitectos tecnocráticos y el de las criptomonedas fundacionales— no son líneas paralelas, sino ondas que se cruzan, se refuerzan y se anulan en una danza más profunda: la reprogramación silenciosa del orden global. No estamos ante la caída del sistema, sino ante su migración: de lo visible a lo codificado, de lo lento a lo instantáneo, de lo político a lo algorítmico.
La Gran Ola no era solo japonesa, ni solo financiera: era una advertencia geométrica. El banco central que aparece en su interior no está siendo destruido: está siendo absorbido.
Como dijo el propio Banco de Pagos Internacionales en su manifiesto:
“Improving the old, enabling the new.”
—Bank for International Settlements
y como lo mencionaron sus verdaderos arquitectos:
“Wrapped CBDCs don’t solve liquidity; a neutral bridge asset like XRP remains essential.”
— David Schwartz (Ripple CTO)
“A bank‑issued digital asset can only really efficiently settle between the banks who issued it. I strongly believe banks need an independent digital asset to enable truly efficient settlement, and we believe XRP is best positioned for that role.”
—Brad Garlinghouse (Ripple CEO)
Ya no se trata de resistir el cambio, sino de entender quién lo codifica.
Y sobre todo: con qué fin. Porque esta vez, el Apocalipsis no llegará con fuego, sino con una actualización silenciosa. Una donde la elección no será entre izquierda o derecha, ni entre bancos o cripto... sino entre ser un dato programado, o una conciencia despierta en la ola que viene.
En esta nueva era de las finanzas digitales, donde actores como Erebor Bank reconfiguran la infraestructura desde la raíz, otras potencias ya consolidadas como Ripple y Circle se posicionan como arquitectos fundamentales de la emergente Internet del Valor. Aunque nacieron con enfoques distintos, ambas compañías convergen ahora en una misión común: construir una infraestructura global donde el flujo de valor sea tan ágil, transparente y ubicuo como lo es hoy el flujo de datos.
Ripple surgió con el propósito de transformar el sistema financiero tradicional mediante soluciones de liquidez bajo demanda, conectividad entre bancos, redes blockchain y gobiernos, y una arquitectura profundamente interoperable. Su visión ha sido plasmada explícitamente en su narrativa institucional: “We’re building the Internet of Value.” Recientemente, su CEO Brad Garlinghouse anunció que Ripple ha solicitado una licencia de banco nacional ante la OCC (Oficina del Contralor de la Moneda) y una cuenta maestra en la Reserva Federal, a través de Standard Custody. Si esta solicitud es aprobada, Ripple podrá custodiar directamente las reservas de su stablecoin $RLUSD en la Fed, consolidándose como uno de los primeros emisores de moneda digital regulada con acceso directo a la banca central estadounidense. Esto no sólo refuerza la legitimidad institucional de Ripple, sino que la posiciona como uno de los contendientes más serios por establecer el nuevo estándar de confianza para las stablecoins en mercados internacionales.
Por otro lado, Circle ha seguido un camino igualmente ambicioso, pero desde el mundo abierto de la Web3 y las finanzas descentralizadas. El 5 de junio de 2025, la compañía anunció su salida oficial a bolsa bajo el símbolo $CRCL en la Bolsa de Nueva York (NYSE), lo que consolidó su posición como actor clave dentro de la economía digital global. Circle ha declarado: “We are not just building financial products. We are building the money layer of the internet.” A través de su stablecoin USDC, su versión europea EURC, y su red de pagos Circle Payments Network, la compañía busca establecer una capa monetaria programable, fluida y sin fricciones que sirva como base para pagos digitales, comercio electrónico y aplicaciones Web3. Actualmente, múltiples plataformas están adoptando soporte nativo para USDC, lo que le da a Circle una fuerte presencia en entornos descentralizados, financieros y comerciales.
Mientras Ripple construye su posición institucional desde adentro del sistema bancario estadounidense y Erebor Bank proyecta una muralla de poder digital para las élites tecnológicas, Circle emerge como el flanco blando y transnacional del nuevo orden monetario. Nacida de la mente de Jeremy Allaire y Sean Neville en 2013, Circle no fue inicialmente una entidad financiera, sino una interfaz: una capa de conexión entre las personas y el nuevo mundo del valor digital. Desde su origen, su vocación fue distinta a la de Ripple: en lugar de centrarse en bancos, Circle construyó herramientas para individuos, desarrolladores y comunidades Web3. Su apuesta no era dominar la banca: era reescribirla desde la red.
Sin embargo, en 2018 algo cambió. Circle lanzó USDC, un stablecoin regulado respaldado 1:1 por dólares y administrado con transparencia institucional. En menos de cinco años, USDC se convirtió en el segundo activo digital más usado en el mundo para pagos, liquidez, remesas y reservas. Pero lo más importante es que no dependía de una blockchain única: se volvió multichain, como un protocolo neutral que podía habitar cualquier sistema.
En junio de 2025, Circle dio su salto más significativo: anunció la creación de Circle Bank, solicitando una carta nacional bancaria fiduciaria ante la OCC (Oficina del Contralor de la Moneda de EE. UU.). El movimiento fue quirúrgico. No buscaban convertirse en un banco tradicional que otorga préstamos, sino en el custodio directo de todas las reservas que respaldan a USDC, eliminando intermediarios bancarios y conectando directamente con la infraestructura algorítmica del Tesoro y la Fed.
Circle Bank no es un banco en el sentido clásico, sino un nodo de gobernanza monetaria digital. Su objetivo es claro: custodiar los activos que respaldan el dinero programable de la nueva era. USDC —respaldado por reservas en BlackRock, gestionado por la red de Circle y ahora anclado a su propio banco digital regulado— se convierte así en una puerta de entrada hacia una capa monetaria del internet, tal como lo ha expresado su fundador: “We are building the money layer of the internet.”
Circle representa el eje pragmático–descentralizado dentro de esta guerra. Mientras Ripple busca integrar su stablecoin RLUSD a la Reserva Federal y Erebor se presenta como el banco de las élites tecnológicas, Circle se posiciona como el banco de la interoperabilidad: un puente entre todas las cadenas, todas las redes, todos los lenguajes. Su narrativa no es de confrontación, sino de integración: hacer que el dinero circule como los datos, sin fricción, sin política, sin fronteras.
Pero esa neutralidad es también estratégica: Circle no milita, infiltra. Su alianza con BlackRock, su expansión en Europa bajo MiCA, y su compatibilidad con Ethereum, Solana, Base, y Avalanche le permiten operar en todos los frentes sin declarar bandera. No es un ejército, es un protocolo. Y como tal, está escribiendo el código silencioso de la nueva gobernanza algorítmica.
La competencia entre Ripple y Circle se vuelve cada vez más estratégica. Ambas compañías no sólo comparten la narrativa de una Internet del Valor, sino que también están construyendo infraestructuras que podrían converger —o chocar— en el mismo terreno. Ripple apuesta por una stablecoin institucional y profundamente regulada, respaldada por el sistema bancario tradicional; Circle, en cambio, ya ha ganado terreno en múltiples blockchains y persigue un modelo de moneda estable multimoneda con adopción global desde abajo hacia arriba.
Dos arquitecturas funcionales, dos estilos de codificación, una sola ambición: redefinir qué forma tendrá el dinero del siglo XXI y dar libertad a las futuras generaciones del tecnototalitarismo que se pretende implantar.
Pero en esta guerra silenciosa, la verdadera pregunta ya no es qué stablecoin dominará, ni qué empresa impondrá su marca. La pregunta real es: ¿qué visión será capaz de disolverse en el sistema sin dejar huella, sin ser percibida como amenaza? Porque quien logre volverse parte del tejido invisible —quien acepte desaparecer en la infraestructura misma— no solo orquestará las finanzas del futuro: marcará el ritmo existencial de la nueva Internet del Valor.
Una Internet que no sea controlada, ni siquiera por su creador. Que no sea una prisión más elegante, sino un organismo que evolucione con la conciencia humana. Porque si el control vuelve a reinar, si la estructura se impone desde fuera, entonces no será un renacimiento: será el mismo ciclo, solo más hermoso por fuera... pero igual de estéril por dentro.